EDITORIAL

Entrando en el décimo año de la caída de los olmos centenarios del Paseo de Ruiz de Mendoza, Trujillo tiene un aparcamiento bajo la floresta fenecida, una Plaza Mayor solitaria, el Praillo destrozado, la charca de San Lázaro seca, la Villa abandonada, un olivo estupendo en la Calle Tiendas –menos mal- y una juventud al libre albedrío del fracaso escolar.

Este verano hemos visto los parques y la Ciudad más sucios que nunca, las callejas históricas en fase de destrucción total, no hay ni cines ni teatro funcionando y el personal decae por pura inanición. Por otro lado hemos de aplaudir al grupo de lectura de la Biblioteca, a Don José María Pérez de Errasti por su mecenazgo en los arreglos de Santa María la Mayor y apoyo a los Coloquios Históricos de Extremadura que a pesar d´ello son cada vez menos coloquiales… y es que como decía Felipe II “yo no mandé a mis naves a luchar contra los elementos”.

La llegada de la extrenada alcaldesa podría haber sido una nueva esperanza pero los tumores malignos que la rodean, tal vez, le han impedido ver las estrellas al soltar las lágrimas negras del cotarro incierto, y esto lo digo en su defensa pues pienso que con semejante equipo debe ser imposible levantar cabeza.

Vivimos un clienterismo social despótico y no hay enchufes para todos por lo que al final de la batalla las esperanzas de una gran parte de la población han quedado en eso, a verlas venir y parece que nada asoma en lontananza mientras los poderes afilan sus garras para el próximo asalto municipal.

CALLE TIENDAS se abre una vez más pues vivió otras reencarnaciones, como el niño lama Oselito de las Alpujarras y como él se ha quitado la túnica naranja dispuesto en primera línea para aportar ese grano esencial imprescindible a toda sociedad, que es poder comunicar y comunicarse en plena libertad. Comenzamos de nuevo.